No es difícil ver, en otoño, bajo los castaños de la sierra, a las apañaoras.
Incansables, heredan el oficio de madres a hijas, generación tras generación.
Gracias a ellas disfrutamos de exquisitas recetas; guisos y dulces típicos de la Sierra.
Han visto pasar el “sigiloso cuchillo del hambre” y han vivido las alegrías y las penas de esta comarca serrana, trabajadora y modesta, jactanciosa de su pasado.
Los Marines, agradecido por su lucha por la supervivencia, quiso dedicarle este monumento.
En la Plaza del Lavadero, realizado en bronce por el escultor Alberto Germán Franco, luce sobre un pedestal de granito.
Decidida, orgullosa, firme, resuelta, bella… así es la apañaora.