Abandonados a su suerte, acariciados por la corriente que les dio sentido en otros tiempos, yacen los molinos del Tinto, en Villarasa.
La Vadera, el de Juan Muñoz, el molino de Gadea, el de Centeno…
El Tinto, generoso por los servicios prestados, no los castiga, sino que los tiñe, como si de carmín de unos labios se tratara.
A lo largo de su cauce molieron sin descanso, en tiempos ya lejanos, el trigo sudado por los habitantes de la comarca.
Los diques siguen desafiando el agua, como carcelero que no se jubila nunca.
Pasean ahora las familias, andando y en bicicleta, conscientes del esfuerzo que debía suponer antiguamente realizar trabajos ahora muchos más livianos.