Los molinos son los hijos del viento… bien lo sabe Villablanca.
A sus molinos harineros concedía antaño el capricho de la molienda, el pan de sus hijos.
El villablanquero supo hacerlos a su altura, dignos de tan soberbio padre.
Eran del tipo mediterráneo: con forma de tronco, robustos y altos…
Con dos pisos, el de arriba era para albergar las piedras de la molienda y en su planta baja para almacenar el grano y la harina.
La techumbre de madera y brezo se apoyaba sobre rodetes para que a las aspas no se les escapara hasta la mínima brisa.
Se ubicaron en lugares altos y donde las corrientes del viento hacían girar sus aspas en antaño.
Al antojo de Eolo giraban, como mágicamente, para no parar de hacer harina.
Villablanca ha sabido mantener su memoria viva recuperando estos bellos molinos, testigos de un pasado en que no todo era tan fácil.