En la plaza que lleva su nombre, funcional y bello, acompañado del monumento que Los Marines dedicó a las mujeres apañaoras de castañas, se encuentra este ejemplo de lavadero público, uno de los mejor conservados de la sierra de Aracena y Picos de Aroche.
El lavadero, fiel ejemplo de la arquitectura vernácula, donde se utilizan las técnicas y materiales de la zona, constituyó un gran avance y comodidad pues ya no había que bajar a las riveras y barrancos del término, con el consiguiente ahorro de tiempo.
Rebajados a simples elemento decorativos por las modernas lavadoras domésticas, los lavaderos públicos, contrariamente a lo que se pueda pensar, eran lugares donde la libertad de expresión de la mujer alcanzaba las más elevadas cotas en unos tiempos en que la costumbre y la ausencia de libertades lo callaba todo. Aquí nada escapaba a la conversación, todo podía ser ser hablado: desde la política local hasta los romances secretos, nada le era ajeno a las abnegadas mujeres de pasadas generaciones. Trabajando en ellos se hacían fuertes y pocos hombres se acercaban a un lugar donde podían ser objeto de bromas.
Son también un monumento a la resistencia de la mujer, pues ésta solía lavar no sólo su ropa sino la de parientes y amigos. Se convirtió en fuente alternativa de ingresos cuando algunas empezaron a cobrar por los servicios, entrando tímidamente en el mercado laboral.