Hablar de los lavaderos es hacerlo de higiene, de arquitectura popular y, sobre todo, de sociabilización. Hay quienes se refieren a éstos como los casinos de las mujeres”, un espacio prácticamente reservado a éstas donde alcanzaban las más altas cotas de libertad de expresión en una sociedad rural tan restrictiva con ellas.
Sus pilas y “refregaderos” eran los testigos mudos de conversaciones que iban desde la política local a los últimos amoríos de sus vecinos, a sabiendas de que pocos hombres se acercaban allí por temor a ser objeto de burla.
Estos lavaderos se encuentran, en su mayoría, en las sierras de Aroche y Aracena, ricas hidrológicamente hablando. Surgieron a finales del S.XIX, evitando que las mujeres se tuvieran que desplazar hasta riveras o barrancos para realizar la colada.
El lavadero de Campofrío, con su techumbre que protegía a las campurrianas de las inclemencias del tiempo, es parte de un complejo formado por la Fuente de las Cañadas y un abrevadero que se nutren del agua proveniente de la Sierra Norte.
En los últimos años, son muchas las voces que piden su declaración como bienes de interés cultural ya que, indiscutiblemente, forman parte del patrimonio y la identidad que define a estos pueblos serranos.