“En la villa de Rosal de la Frontera, siendo las doce horas del día 4 de mayo de mil novecientos treinta y nueve, Año de la Victoria, comparece el que dice ser y llamarse Miguel Hernández Gilabert, de 28 años de edad, casado en la que fue zona roja, de profesión escritor…”
Cuando Miguel Hernández traspasaba a pie la frontera con Portugal huyendo de una España que despedía una guerra fraticida, su existencia no podía ser más desdichada.
Su primer hijo había muerto y su dolor no podía compensarlo el nacimiento del segundo.
Su amado país caía en manos de los que se levantaron contra el Gobierno legítimo años antes.
No se presentaban buenos tiempos para casi nadie.
El mismo portugués al que le vendió el reloj y el traje que le regaló Vicente Aleixandre por su boda lo denunció a la policía. No tardó en ser trasladado hasta Rosal de Frontera desde Moura.
En los cinco días que estuvo en el Rosal llegó a orinar sangre, tal fueron las palizas que recibió. Sobrevivió gracias a la mujer de su compañero de celda, Francisco Guapo, detenido por contrabando.
Estos rosaleños simbolizan la humanidad nunca robada de este pueblo, pues salvaron la vida de este español universal, quien le dedicó la poesía “Hombre encarcelado”.
Ahora la cárcel donde fue torturado es el centro de interpretación “Miguel Hernández”, inaugurado por la nieta del poeta en el año dos mil diez.